Amelia sacaba a pasear a su cometa los días de verano. La ponía guapa con hilo de colores y su cometa, que sabía que iban a salir, no paraba de saltar loca de contenta entre los brazos de Amelia hasta que salían a la calle y el viento le hacía temblar las vértices.
Amelia se agarraba fuerte al hilo, con las dos manos. Pequeñita como era, el cometa le hacía despegar siempre los zapatos rojos de charol. Su cometa sonreía y le llevaba lejos. Entonces, no se sabía muy bien si era Amelia la que sacaba de paseo a su cometa o todo lo contrario.
A Amelia le gustaba aquello. Volar y que el vestido de florecitas se le quedara pegado en las piernas y que todos sus cabellos terminasen mareados de tanto subir, bajar y de dar vueltas. Igualito que al montarse en las montañas rusas de la feria.