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Recolectora de sacos lacrimales, de historias que se guardan bajo las sábanas y mentiras que se sacan de la punta de tus dedos.

Acerca de Indi:

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Llevo mil y una noches esperando que el amor incendie mi puerta, desde entonces me da por escribir.

20/6/16

Vestido de mariquitas.

De repente lo vi claro, estábamos caminando en una calle cualquiera. Mi mano entrelazada a la tuya, los ojos en la luna. De repente visualicé mi vida entera, nuestros platos en la mesa, los libros desordenados. Una frase anotada en cada servilleta y un te amo en el imán de la nevera. La fruta en mi cesta favorita, tus nunca más tirados por el suelo al lado de la lista de cosas que me harías cada día. No había miedos, París estaba en esa habitación, París éramos nosotros. Había poemas de amor para cenar y pan con mermelada de fresa para desayunar. Olía a fresas y teníamos una planta que florecía cada primavera. En invierno nos tapábamos hasta arriba y jugábamos a contarnos historias de miedo bajo las mantas. Yo bailaba por el pasillo cada vez que celebrábamos que estábamos vivos y tomábamos alguna copa de vino. Tú me arrancabas el vestido y después hacías de la vida algo grande. Cada noche me contabas un cuento en el que yo era una princesa que tenía mil catarinas y mil vestidos y me hacías sonreír justo antes de dormir. Por la mañana yo era esa princesa y mis catarinas dormían encima de la funda de flores. Catarinas y flores. Vivíamos cerca del campo y en verano paseábamos y recogíamos tulipanes que después me colocabas en el pelo, uno a uno. Yo a veces me escapaba con una libreta a escribir poemas sobre el campo, la soledad, y el olor a tierra. Tú los leías a escondidas y volvías a contarme la historia de las catarinas para que sonriera. Sabías hacerme feliz. Sólo poesía, catarinas, vestidos, la luz colándose por las rendijas de la persiana, tu cuerpo desnudo, el desayuno sobre la cama, frases subrayadas en los libros, primavera, flores, la promesa de abrazarme cada mañana. La promesa de ser más que el tiempo. Lo vi, por un instante supe que seríamos eternos, que te reñiría cada noche por no recoger la mesa y después te tiraría sobre el mantel lleno de migas y te haría el amor. Porque nosotros éramos eso, a ratos nos gritábamos y a ratos nos queríamos. Intensos. Por un instante fuimos eternos. Bajé la banqueta sonriendo sin que tú supieras el motivo. Si yo te contara… pensé. Y me puse a escribir, y ahora te estaras preguntando si tu eres el motivo, y si siempre eres tu.